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Publicado originalmente en Substack.
-Interior. Supermercado 24h. Noche-
Una pareja está comprando algo para cenar en el colmado cercano a casa. La idea es pillar unos frankfurts y cenar viendo algo en la tele. A él no le apetece ir al restaurante que le ha propuesto ella. En el trayecto en coche, pese a que tiene ganas de ir a Chez Luis, cede a lo que le apetece a él porque sabe que algo le ronda por la cabeza que no le está contando. Espera poder sonsacarle luego la información, tras esos frankfurts que siempre se le tuestan demasiado. Lo que no intuye es que él quiere cortar con ella y no sabe cómo decírselo.
En el colmado ella aprovecha para escoger algunos snacks mientras él va a pagar a la caja -bote de ketchup Heinz, dos paquetes de frankfurts de 8 unidades, dos botes de chucrut, panecillos, sanísimo todo- cuando por detrás, aparece un tipo, revólver en mano:
Que nadie se mueva. Si alguien dice una palabra, me lo cargo.
Cambia constantemente de objetivo entre él y el cajero. Nuestro protagonista se siente impotente sin poder actuar. Ha sido todo muy rápido. Le frustra especialmente porque él es policía. Policía secreta, de hecho. Lleva año y medio infiltrándose en escuelas e institutos. No es lo ideal, pero paga las facturas.
Vacía la caja. Ahora.
Él mira por un espejo donde está su novia. Sigue comprando. Eligiendo algo para beber. No se ha dado cuenta de lo que pasa en la caja.
¡Vamos, date prisa!
Al cajero los billetes se le arrugan en la mano. No puede ir más rápido. Está temblando. ¿Tom?, se oye por detrás. Amy llega, cargada con las bolsas y una botella de refresco, pidiendo algo de ayuda porque no puede con todo. Y se le cae al suelo.
¡CRASH! ¡AMY! ¡BLAM!
3.3 segundos después, Amy yace muerta en el suelo.
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Más o menos, eso es el inicio de Orpheus 3.3, capítulo 16 de la segunda temporada de 21 Jump Street (1987-1991). Aquí se emitió en Antena 3, circa 1991, y contaba con un casi pre púber Johnny Deep en el papel protagonista. La idea, un poco bizarra, era que un escuadrón de jóvenes policías (Nuevos Policías en el título que se le dio a la versión española) se hacía pasar por estudiantes en colegios, institutos, organizaciones juveniles, etc., para evitar trapicheos de droga, intentos de asesinato y otras lindezas. Cosas de una incipiente FOX Network que empezaba a hacer sus primeros pinitos entre las cadenas generalistas para convertirse, décadas después, en la fuente de todos los males USA. Pero esa es otra historia para otro día.

21 Jump Street. Ah, los 80.
Los motivos para hablar hoy sobre este capítulo en concreto son dos.
El primero reside en cómo resuelve el protagonista el trauma. De la supuesta recuperación precoz pasamos a enterarnos que está obsesionado con el tiempo que pasó entre que cayó la botella y disparó el asesino: 3,3 segundos. Esos Crash, Amy, Bang. Había conseguido el video de la cámara de seguridad. Se lo pasaba de forma paranoide en bucle. La de cosas que se podían hacer en 3, 3 segundos, le comenta en una escena sobrecogedora a una compañera.
“Te puedes quitar los zapatos, abrir una cerveza, pasar 17 canales en el mando a distancia de la tele, abrir una lata de atún, barajar y cortar un mazo de cartas, girar 6 tapones de botellas, picar al timbre 22 veces, abrir y cerrar un cerrojo 4 veces, cantar el alfabeto entero en 3,3 segundos…”
Ese capítulo de televisión ochentero es mi imperio romano. A mis 14 años no había visto una cosa así en una serie de Tv en mi vida. El profundo impacto de esa escena y de la propia premisa del capítulo me dejaron temblando y pensando en ¿qué hubiera hecho yo?, durante semanas.
La historia acaba de una forma que dudo fuese igual hoy en día. Aunque Hanson (Deep) sueña con pillar al asesino y darle muerte (vía una escena onírica donde viste como si fuese James Bond y unos sosias de los RUN-DMC rocían de spray dorado al asesino. Lo juro, señoría) en realidad el capítulo acaba con el ansia de venganza aplacada cuando tiene la oportunidad de matar al asesino de su novia tras una persecución. No hay testigos. Es facilísimo. Puede hacer lo que lleva semanas imaginando… pero le da 3.3 segundos para que suelte el arma. Y se rinde. Y le perdona la vida.
El segundo motivo viene por una frase que soltó mi mujer mientras veíamos el 2x05 de The Last of Us:
“Cuánta violencia, tú”. Y de ahí, la conversación derivó en lo que debía o no hacer el personaje en cuestión y que ya nos suena a quienes le dimos fuerte al juego durante la pandemia. Esa venganza. El ojo por ojo. El ciclo infinito y sin fin de violencia. Los remordimientos. La guerra. Palestina. Rusia. Cualquier guerra, en realidad. El resentimiento, en definitiva.
Para los neófitos, el mundo de The Last Of Us está infestado por un virus que convierte en una suerte de zombis a todo aquel a quien afecta, sea bien mordisco en brazo o mediante inhalación de ciertos cadáveres zombificados. En realidad eso no es más que la excusa para lanzar una historia donde sí, te enfrentas a infestados, claro, y también a maleantes, asaltantes, milicias corruptas y varios hijosdeputa más. La magia está en que a ti te han encomendado ser el guarda de una joven adolescente y llevarla al otro punto del país para UN TEMA. Y es esa relación, ese viaje, esas vivencias forzadas, las que sirven para crear la empatía necesaria para que, al final del juego, tomes la decisión de poner en una balanza a toda la humanidad o bien la vida de tu hija adoptiva. Spoiler: Señores, the world is fucked. Y el ciclo infinito de violencia continúa en el segundo juego/temporada de forma aún más violenta y de aquellos polvos, estos lodos. De repetir errores. De tomar decisiones en cuestión de segundos y de pagar el precio. De ser inflexible con las decisiones que te han llevado a ese punto concreto de tu vida.
Aunque a veces el precio sea perdonar al otro.

The Last Of Us (HBO). Ellie a punto de tomar decisiones. Con una pistola en la mano, claro.
Llevo algunas semanas pensando en esto último. Lo de perdonar al otro, digo. Los esfuerzos que hacemos -que hago- para no ciscarme en la puta madre de cierta gente. De cómo hay momentos de la vida en los que es factible que le hubiese partido la cara a alguien por ciertos comentarios sobre terceras personas. Muchos momentos. Hay gente que nunca aprende. Que siguen con despechos. Actitudes probables. Jijis y jajas. No es comparable a lo que Hanson o Ellie sufren en sus respectivas historias, pero he estado a punto en bastantes ocasiones de dir-li el nom del porc a más de uno. Las mismas que he borrado/limado/repensado mis acciones.
Supongo que yo sí que he podido hacer algo con mis 3,3 segundos. Ni que sea, irónicamente, no hacer nada.
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Permitidme terminar recomendando que le deis una buena lectura a “Las estrechas paredes de la narrativa (o por qué parece que siempre jugamos a lo mismo)”, un ensayo de Marta Trivi en su blog Cultura Caníbal, donde, aunque no habla exactamente de esto, analiza varias claves, entre otras cosas, de TLOU y de cómo el conflicto mueve las historias. Imprescindible, if you ask me.
Y por si os habéis quedado con ganas, 21 Jump Street se puede ver en PLEX, legalmente y gratis en inglés y flamante 4:3.